Sunday, April 26, 2009

Novela escrita para mujeres que orinan Chanel No. 5


Lina María Pérez.

Mortajas cruzadas

Bogotá: Seix Barral, 2008.

ISBN 13: 978-958-42-1868-1.


¿La escritura de buenos cuentos conduce inevitablemente a la producción de una buena novela? La experiencia de algunos de los más grandes narradores de todos los tiempos, ha hecho pensar que la escritura de una novela es muchas veces el resultado de una continua y prolongada escritura de buenos cuentos. Sin embargo, para desequilibrar este axioma no escrito está, por ejemplo, la experiencia de Jorge Luis Borges, que nunca condujo su maestría en la escritura de relatos al denominado género mayor.

La escritora bogotana Lina María Pérez (1949), ganó en 1999 el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo de Radio Internacional de Francia, en la modalidad de género negro, con su cuento “Silencio de neón”. Un año después su cuento “Sonata en mí” obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Cuento Pedro Gómez Valderrama, convocado por la Biblioteca Gabriel Turbay y el Instituto Municipal de Cultura de Bucaramanga y en el 2003 “Bolero para una noche de tango”, el XXXII Premio Internacional de Cuentos Ignacio Aldecoa, en España. Por esas fechas publicaría también: Cuentos sin antifaz (Arango Editores, 2002, cuentos), Vladimir Nabokov: A la sombra de una nínfula (Panamericana Editorial, 2004, biografía), el cuento infantil Martín Tominejo (Panamericana Editorial, 2006) y Cuentos punzantes (Panamericana Editorial, 2006). Su obra conocida hasta entonces hizo afirmar a la profesora Helena Araujo que: “Pese a su afición por el «Romanticismo negro» y a desenlaces que parecen tan sorpresivos como inverosímiles, su discurso riguroso y transparente la instala en las más promisorias vanguardias”.

Las habilidades narrativas largamente desarrolladas en la escritura de cuentos por Lina María Pérez, la han conducido a la publicación de Mortajas cruzadas (Seix Barral, 2008), su primera novela que ve la luz. Este libro constituye un texto bien estructurado que se deja leer hasta su final, en el que alternan las voces de Oliviana, estudiante de Sociología de la Universidad Nacional con interés por la literatura y Adolfo, escritor que luego de publicar una novela aclamada por la crítica, parece haberse volcado a un profundo marasmo creativo, quienes se unen en torno a una investigación sobre las costumbres funerarias en Bogotá, que debía conducir a este último a la escritura de su próxima novela. La investigación, que no es más que una disculpa de Adolfo para llevarse a la cama a la joven, da paso a una forzada trama que además de presentar numerosos velatorios en las más encopetadas funerarias de la ciudad, los encuentros sexuales de Oliviana con un joven guerrillero guajiro, el asesinato de un conocido editor homosexual, una inconexa historia sobre robos en funerarias y otras innumerables peripecias, se alterna a su vez con una novela dentro de la novela, también titulada Mortajas cruzadas, que va escribiendo cada cierto número de capítulos el personaje de Adolfo y que compite en inverosimilitud con la propia novela de Lina María Pérez.

Intentemos reformular la cuestión que da inicio a esta reflexión y preguntémonos entonces cómo puede una supuesta buena cuentista terminar escribiendo una mala novela. La relación entre los autores y sus lectores parte de una especie más o menos explícita de contrato, que considera aspectos como el respeto de las normas del género, de ciertas convenciones espacio-temporales, pero especialmente, de un horizonte de expectativas que se establece en los textos y que condiciona lo que cada lector espera de un libro dado. En relación con Mortajas cruzadas, asumimos que esas expectativas hacen parte de la siguiente propuesta colocada en voz de Adolfo: "- Me propongo examinar nuestras costumbres funerarias, narrarlas en un espacio estético… sí, eso es… (…), usted asistirá a los velorios, a los cementerios, a los crematorios, a las iglesias… La contrato para mirar: eso es todo. En un país con tantos muertos, es una estupidez no aprovecharlos para contar, o mejor interpretar la forma como les echamos tierra" (21).

Intentar dilucidar estéticamente el origen de los conflictos sociales del país y, especialmente, acercarse al drama de las muertes violentas en Colombia, es una cuestión que las estadísticas no pueden resolver y que sigue esperando por interpelaciones consecuentes por parte de la literatura y las distintas formas del arte nacional. Tras esa propuesta comienzan a reunirse en la novela recortes de periódicos sobre asesinatos, visitas a funerarias predominantemente exclusivas de Bogotá y hasta uno que otro asesinato incluido en la propia historia, que alimentan una trama que deviene policíaca, limitándose al “drama” de los robos en las funerarias citadinas. Por ahora tendrán que seguir esperando los miles de desplazados que abandonan sus pueblos, dejando a sus muertos en una tierra que se les ha arrebatado y a la que muchos no podrán volver, por una novela que trate de una manera más profunda, el drama de sus “costumbres funerarias”.

Crucigramas incompletos que insinuaban ofrecer un espacio no cerrado para la participación del lector en la novela e interactuar desde sus palabras cruzadas con el título de la misma. Una comunidad gay a la espera de un tratamiento propositivo de las violencias de las que es víctima, más allá de un manido asesinato de un personaje homosexual por su esposa despechada en el barrio Chapinero alto. En fin, un tratamiento novedoso de los cruces entre la realidad y la ficción, abordado con mayores logros en múltiples textos anteriores. Son otras tantas insatisfacciones que hacen parte de la nómina de expectativas no cubiertas por Mortajas cruzadas.

En un encuentro sostenido con estudiantes de literatura de la Universidad Nacional de Colombia, debido a la organización de la profesora Alejandra Jaramillo Morales y su curso de Literatura colombiana contemporánea, Lina María Pérez insistió en que su novela había sido escrita para “lectores inteligentes y sensibles”; sin embargo, por más que pensamos en un lector ideal de sus ficciones, la pobreza en el tratamiento de la realidad colombiana y la vanalización de temas que hacen parte del dolor nacional, nos conducen a pensar que su lector modelo está al interior de su propia novela y es Sandra, personaje superficial y emocionalmente dependiente que lleva a su amante Adolfo a preguntarse: “¿qué diablos hacia yo con una mujer que orinaba Chanel Número 5?” (113).
(Pulicado originalmente en Mohan: Estudios Literarios. Crítica y divulgación.)

Kevin Sedeño Guillén


Universidad Nacional de Colombia

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